Palabras pronunciadas por Roberto Ramos Molina en el marco del homenaje ofrecido al ingeniero Luis Herrera González.
Chihuahua, Chih., a 28 de noviembre de 2009.
Quiero comenzar agradeciendo profundamente la invitación que me han hecho los organizadores a compartir palabras en esta celebración tan importante. Quiero agradecer al ingeniero Luis Herrera González su permanencia en este recinto. Ya habrá tiempo para el debate privado con Martha, su esposa, a quien nombramos representante oficial de todos los aquí presentes para efectos de quejas y reproches.
Comencé a asistir a reuniones partidistas siendo un adolescente en los noventas. Creo que mi mayor acierto fue aferrarme al aleccionador privilegio de de crecer escuchando y observando a mujeres y hombres valiosísimos. Me parecía un mundo fascinante el del debate de las ideas tan franco, tan abierto, tan respetuoso, tan real.
En este mundo encontré una voz que llamó mi atención enormemente. No, no precisamente porque se tratara de una voz con angelical dulzura. Lo que llamaba mi atención era el pero que tenía entre los asistentes.
No es necesario ser un erudito para en una congregación darse cuenta del peso moral de quienes intervienen tomando la palabra:
Luis Herrera pedía la palabra y el silencio invadía el lugar. Capturaba atenciones y miradas y comenzaba: Un lenguaje directo, fluido, claro… Todo esto pasaba a segundo término cuando ponía el dedo en la llaga. Es que sus intervenciones siempre llevaban un contenido brillante, reflexivo, guiador, sereno, realista.
Imposible no convertirme en un seguidor más del ingeniero Herrera. Y en ese seguimiento sucedió lo que tenía que pasar: encontré un tesoro de virtudes que me hizo respetarlo y admirarlo. Como militante, entregado, generoso; como dirigente, visionario, valiente; como columnista, estudioso, oportuno; como servidor público, profesional, responsable.
Gracias a todos por su atención. Ahora voy con usted, mi querido ingeniero:
Dice un principio aristotélico que para ser amigos no basta con quererse. Por eso los que lo queremos estamos aquí reunidos para expresarle nuestro reconocimiento. Y cualquier homenaje será insuficiente al lado de la universidad del deber ser que usted representa.
Sí. Usted representa una universidad del deber ser porque su ejemplo de congruencia y lucha nos traza un camino que es difícil de recorrer pero que gratifica en los más profundo y valioso al ser humano. Porque nos inspira a alcanzar su rango. Un rango único que lo encontramos en el carácter de las personas como lo escribió Sándor Márai. Es universidad del deber ser porque construye futuro fundando tradiciones de decencia pública en varias generaciones incluida, por supuesto, la mía.
Y ahora ingeniero, le tengo una novedad. Esto que está usted presenciando no es su homenaje. Es una reunión, sí, de sus amigos, de muchas personas que le admiramos y respetamos, donde le exponemos verdades con mucho cariño. Pero su homenaje dura mucho, mucho más.
Ese homenaje, querido ingeniero, es que no le vamos a fallar.
Muchas gracias de todo corazón.
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